Sobre dos ruedas pueden pasar muchas cosas.
Pero a veces lo hacen a través de tu cabeza, de tus pensamientos.
Quizá sea un simple medio de transporte. Otros (en cuyo grupo me incluyo) la usan como utensilio para forzar su cuerpo, para conocerse perfectamente a sí mismos, sus límites, sus miedos, e incluso para conocer todo aquello de lo que son capaces sobre ella. Esto pasa diariamente por la mente de muchas personas, las cuáles quieren saber de qué pasta están hechos.
Porque todo lo que haces en ese momento depende de ti.
Y puede salir mal.
Todos tus sentidos están activados entonces. A alta velocidad, no eres consciente ni de lo que haces. Son instantes de un desahogo completo que, si bien permiten activarte en muchos de los aspectos que a tu cuerpo se refieren, dejan un vacío imposible de alcanzar en semejante situación.
La capacidad para reflexionar.
Cuando aflojas.
Llega un momento en el que tu cuerpo, el mismo que te ha llevado a experimentar diferentes sabores, equivalentes a las situaciones que has atravesado, te invita a parar.
Porque no estás preparado.
Y ahí sí que ves todo lo que pasa a tu alrededor.
Generalmente, vienen multitud de recuerdos a tu cabeza. Después de un largo sufrir, éstos atacan cada una de tus neuronas cual bomba que explota en medio de una civilizacion. Son esas situaciones futuras o ya pasadas, que han perdurado en el tiempo dentro de ti.
Y que lo seguirán haciendo.
Miras un poco atrás, eres capaz de transportarte. Te das cuenta de lo que tu vida ha cambiado en cuestión de semanas, de lo diferente que es todo ahora. Amistades, estudios, tecnologías, ropa, e incluso los amores... en todos estos ámbitos hay algo que es nuevo.
Y que no sé si estoy preparado para afrontar.
Si algo queda claro, es que cuando bajas el ritmo, todas estas cosas te invaden. Y si lo hacen, es porque son importantes, o al menos representan una parte de ti.
Pese a todo, retomas la marcha, y la velocidad vuelve a subir, haciendo que lo que se ha mencionado pase a ocupar un segundo plano.
En el que probablemente permanecerán mucho tiempo.
Y aunque no lo sepas, esas cosas volverán a aparecer algún día...
Cuando vayas sobre dos ruedas.
miércoles, 24 de julio de 2013
jueves, 30 de mayo de 2013
Me muevo por instintos.
Desde siempre.
Lo he comprobado.
Y viene siendo una constante habitual en mi vida. Cada vez que me he tenido que enfrentar a una situación difícil, he recurrido a lo primero que mi mente ha considerado ''arriesgado''. No sé si en esas ocasiones, en las que el cuerpo me pedía arriesgar, disfrutar, ganar, habré hecho alguna vez lo correcto.
Porque eso es algo que nunca se sabe.
La gente suele decir que en una situación comprometida, una como tantas, en las que te encuentras entre lo mejor o lo peor, cabe dejar espacio a la recapacitación y sobre todo no precipitarse, puesto que una decisión tomada en vano podría llevarte a algo que no deseas.
Es todo o nada.
Sin embargo, esa decisión espontánea, la que tomas por medio de un instinto más bien propio de los animales, a los cuáles nos asemejamos en tantas cosas, nunca resulta haber sido mala. Se suele decir que la vida es aquello que pasa mientras piensas cómo vivirla, y hay una manera correcta de hacerlo.
Arriesgando.
Porque la vida es hoy, es mañana.
Y el que no arriesga no gana.
Y es ahora, cuando frente a una pantalla, con la suave brisa que entra por mi ventana, cuando me paro a pensar. Recuerdo tantos momentos, tantas decisiones, situaciones en las que me he encontrado presionado por el mundo, en las que tenía que actuar.
Y lo hice.
Todo acabó de una forma o de otra, y en repetidas ocasiones me he arrepentido de no haber vivido un momento de otra manera.
De no poder parar el tiempo, para cambiar un segundo de mi vida.
La verdad es que todo podría haber sido diferente pero, ¿sabéis qué? me gusta cómo salieron las cosas. Ese instante de adrenalina en el que todo me daba igual, porque sabía que iba a ocurrir algo, fuera lo que fuese.
Hoy en día, hay tiempo para todo. Muchos de vosotros, al igual que yo, os enfrentaréis a todo tipo de ''problemas'' en los que pensaréis de una forma impropia en vosotros. Pero es eso lo que os caracteriza como personas.
Son esos pequeños momentos.
Instantes en los que vuestra vida pasará como un rayo que atraviesa la tierra en milésimas de segundo.
Instintos.
Lo he comprobado.
Y viene siendo una constante habitual en mi vida. Cada vez que me he tenido que enfrentar a una situación difícil, he recurrido a lo primero que mi mente ha considerado ''arriesgado''. No sé si en esas ocasiones, en las que el cuerpo me pedía arriesgar, disfrutar, ganar, habré hecho alguna vez lo correcto.
Porque eso es algo que nunca se sabe.
La gente suele decir que en una situación comprometida, una como tantas, en las que te encuentras entre lo mejor o lo peor, cabe dejar espacio a la recapacitación y sobre todo no precipitarse, puesto que una decisión tomada en vano podría llevarte a algo que no deseas.
Es todo o nada.
Sin embargo, esa decisión espontánea, la que tomas por medio de un instinto más bien propio de los animales, a los cuáles nos asemejamos en tantas cosas, nunca resulta haber sido mala. Se suele decir que la vida es aquello que pasa mientras piensas cómo vivirla, y hay una manera correcta de hacerlo.
Arriesgando.
Porque la vida es hoy, es mañana.
Y el que no arriesga no gana.
Y es ahora, cuando frente a una pantalla, con la suave brisa que entra por mi ventana, cuando me paro a pensar. Recuerdo tantos momentos, tantas decisiones, situaciones en las que me he encontrado presionado por el mundo, en las que tenía que actuar.
Y lo hice.
Todo acabó de una forma o de otra, y en repetidas ocasiones me he arrepentido de no haber vivido un momento de otra manera.
De no poder parar el tiempo, para cambiar un segundo de mi vida.
La verdad es que todo podría haber sido diferente pero, ¿sabéis qué? me gusta cómo salieron las cosas. Ese instante de adrenalina en el que todo me daba igual, porque sabía que iba a ocurrir algo, fuera lo que fuese.
Hoy en día, hay tiempo para todo. Muchos de vosotros, al igual que yo, os enfrentaréis a todo tipo de ''problemas'' en los que pensaréis de una forma impropia en vosotros. Pero es eso lo que os caracteriza como personas.
Son esos pequeños momentos.
Instantes en los que vuestra vida pasará como un rayo que atraviesa la tierra en milésimas de segundo.
Instintos.
sábado, 25 de mayo de 2013
Reflexión de una noche de mayo.
Frío.
Calor.
Una curiosa mezcla palpable a cualquiera de nuestros sentidos.
Y sí, aquí me encuentro yo, sin nada mejor que hacer que escribir unas pocas líneas, quizá por la falta de recursos para entretenerme en las últimas horas del día. También puede ser que, por este tiempo tan intrépido, que cambia al son de las horas, me encuentre yo sentado frente a la pantalla de mi ordenador. Y tal vez sea esta la causa de mi desdicha.
Porque no lo sé ni yo.
El caso es que aquí estoy. Y esta noche de sábado constituye el final de mi particular semana. Al ritmo de unos versos de una bella melodía, trato de inspirarme para escribir. Y, queriendo hablar sobre tanto, me quedo en nada.
Porque nada es lo que tengo.
Una semana como ésta empieza con un sonido punzante, el de mi despertador. Entre risas, sonrisas, alegrías y gritos veo cómo pasan los días, siempre tan monótonos. A veces eres partícipe en todas estas situaciones, siendo un centro de atención destacado, sintiéndote grande. En otros momentos, prefieres apartarte, levemente, porque lo que oyes no va contigo, o no te llama la atención.
Prefieres el silencio.
Recorro pasillos, largos caminos, siempre los mismos, todos los días. Miradas que se cruzan, con tanta gente, y son miradas de formas muy diferentes. Las hay de complicidad, de curiosidad, de felicidad, o miradas cargadas de tensión.
Y son estas últimas las que más se repiten.
Sobre todo cuando la ves.
La suya es una mirada diferente, cargada de dulzura, capaz de cautivar a todo aquél que en ella quede atrapado. Y tal vez en un caso semejante me encuentre yo. Pero siempre existe el mismo problema, el de no saber qué es lo que quiere decirte ella, cuál es su mensaje.
Si lo debo interpretar, o no.
Llega el final de la semana escolar, que al mismo tiempo es el comienzo de tu tiempo libre, de tu libertad. Se puede aprovechar de diferentes maneras, descansando, saliendo, o simplemente lanzándote a la aventura a bordo de una bicicleta.
De fiesta.
Como la de este viernes.
Jóvenes cargados de ilusiones, preparados para todo, para lo máximo. Lo doy todo, terminando agotado. Puede que con una sensación de querer más, mucho más.
Así es como llegas a la noche de un sábado, el último del mes, y te da por pensar sobre todo. Siento nostalgia por tantas cosas, al ver fotos, mensajes, o los modernos ''tweets'' de la gente. Y no lo saben, pero hay tantos momentos que me gustaría repetir, que a veces consiguen deprimirme entre todos. Y al pensar sobre la semana que ha transcurrido, me replanteo si debería permitir que todo siga como es ahora.
Porque hay tantas cosas que me gustaría cambiar.
Y estoy decidido a intentarlo.
Buenas noches.
Calor.
Una curiosa mezcla palpable a cualquiera de nuestros sentidos.
Y sí, aquí me encuentro yo, sin nada mejor que hacer que escribir unas pocas líneas, quizá por la falta de recursos para entretenerme en las últimas horas del día. También puede ser que, por este tiempo tan intrépido, que cambia al son de las horas, me encuentre yo sentado frente a la pantalla de mi ordenador. Y tal vez sea esta la causa de mi desdicha.
Porque no lo sé ni yo.
El caso es que aquí estoy. Y esta noche de sábado constituye el final de mi particular semana. Al ritmo de unos versos de una bella melodía, trato de inspirarme para escribir. Y, queriendo hablar sobre tanto, me quedo en nada.
Porque nada es lo que tengo.
Una semana como ésta empieza con un sonido punzante, el de mi despertador. Entre risas, sonrisas, alegrías y gritos veo cómo pasan los días, siempre tan monótonos. A veces eres partícipe en todas estas situaciones, siendo un centro de atención destacado, sintiéndote grande. En otros momentos, prefieres apartarte, levemente, porque lo que oyes no va contigo, o no te llama la atención.
Prefieres el silencio.
Recorro pasillos, largos caminos, siempre los mismos, todos los días. Miradas que se cruzan, con tanta gente, y son miradas de formas muy diferentes. Las hay de complicidad, de curiosidad, de felicidad, o miradas cargadas de tensión.
Y son estas últimas las que más se repiten.
Sobre todo cuando la ves.
La suya es una mirada diferente, cargada de dulzura, capaz de cautivar a todo aquél que en ella quede atrapado. Y tal vez en un caso semejante me encuentre yo. Pero siempre existe el mismo problema, el de no saber qué es lo que quiere decirte ella, cuál es su mensaje.
Si lo debo interpretar, o no.
Llega el final de la semana escolar, que al mismo tiempo es el comienzo de tu tiempo libre, de tu libertad. Se puede aprovechar de diferentes maneras, descansando, saliendo, o simplemente lanzándote a la aventura a bordo de una bicicleta.
De fiesta.
Como la de este viernes.
Jóvenes cargados de ilusiones, preparados para todo, para lo máximo. Lo doy todo, terminando agotado. Puede que con una sensación de querer más, mucho más.
Así es como llegas a la noche de un sábado, el último del mes, y te da por pensar sobre todo. Siento nostalgia por tantas cosas, al ver fotos, mensajes, o los modernos ''tweets'' de la gente. Y no lo saben, pero hay tantos momentos que me gustaría repetir, que a veces consiguen deprimirme entre todos. Y al pensar sobre la semana que ha transcurrido, me replanteo si debería permitir que todo siga como es ahora.
Porque hay tantas cosas que me gustaría cambiar.
Y estoy decidido a intentarlo.
Buenas noches.
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